La cabeza de Blanche

Un nuevo hogar, unas torpes indicaciones en una hoja de papel arrancada. No mirar atrás, porque no queda nada que mirar. Un equipaje lleno de vestidos y un pasado atrofiado y caótico, y vacío de otro destino que no sea el abismo. Sólo queda un refugio, el deseo. Lo siguiente, la muerte, la locura. Esta es la última cerilla que les queda a nuestras Blanche para encender su última pobre vela. Una guerra en la que la única arma es embellecer artificialmente todo lo que somos demasiado débiles para asumir y que nos aterra.
La promesa de un futuro mejor que se arrastra alejándose del agujero negro les hace querer cubrirlo todo de bonitos visillos de encaje y perfumar con caras colonias las manchas de humedad en su nuca y sus nuevas paredes. Maquillarse porque la suciedad ya no se puede borrar.
Cubrir de margaritas los obstáculos que no queremos ver. En esta obra de Noemí Rodríguez Santos inspirada en esta icónica figura, la cía. Yo nunca jugué con Barbies nos propone una deconstrucción del mítico personaje de Blanche, partiéndola como una barra de pan en tres pedazos como Freud hizo con nuestras personalidades.