Miguel Vigil es el eslabón perdido entre el cantautor jocoso y el monologuista bípedo. Hace monólogos cantados, o a lo mejor son canciones habladas, o puede que las dos cosas, y sin embargo ninguna. Realmente Miguel Vigil lo que hace es reír y pensar, es como el dinero, que no hace feliz, lo que hace es… falta.
«No soy solo una cara bonita», su último trabajo discográfico, es un disco atípico, como son atípicos los espectáculos que ofrece. Los más recientes son:
«Y yo sin estos pelos» (2015-2017) y «¿Polifacético o disperso?» (2013-2015)
Canciones de humor con un toque romántico y canciones románticas con un toque de humor. Cada eslabón tiene su presentación correspondiente que consiste en un hilarante monólogo; y todo el espectáculo se desarrolla con un hilo conductor que transforma todas las piezas, independientes entre sí, en una sola obra.
En este espectáculo, Miguel Vigil, está acompañado por la gran Laura Caba y su prodigiosa voz y por Lorenzo Azcona un conocido y reconocido saxofonista, flautista, percusionista y bailarina clásica, famoso por ejecutar un triple salto mortal con tirabuzón más rápido que el ojo humano (su marca no ha podido nunca ser homologada ya que, al ser más rápido que el ojo humano, ningún jurado puede dar fe del salto) ¿Por qué un músico así acompaña a un cómico? Porque Lorenzo Azcona no es un saxofonista cualquiera, ni Miguel Vigil es un cómico cualquiera. Esta es su historia:
(Versión de Miguel)
Lorenzo, abrumado por las deudas de juego (se empeñaba siempre en apostar todo su dinero al n.º 37 de la ruleta) se vio obligado durante años a acompañar a cantantes y grupos desconocidos: La Unión, Manolo Tena, Javier Krahe, Joaquín Sabina, Andy y Lucas, etc. Miguel Vigil le descubrió en un casino de Las Vegas y le sacó de su error: «El 37 nunca saldrá, amigo, apueste del 1 al 36». Lorenzo recuperó con creces todas sus pérdidas y agradecido le prometió a Miguel que le seguiría fuera donde fuera.
(Versión de Lorenzo)
Miguel Vigil realizaba un show inteligente, divertido, consistente en canciones bien construidas, intercalando monólogos ingeniosos y de una calidad casi perfecta (salvo que se echaba en falta un saxo, una flauta y algo de percusión). Pero además lo hacía en el sitio equivocado (Tokio) y en el idioma equivocado (castellano). Lorenzo Azcona le sacó de su error: «Vente pa´ España, Miguel, que esta gente no te entiende». Agradecido, Miguel le prometió que le acompañaría fuera donde fuera.